Una persona muy pequeñita espera delante de un gran camino. Intenta vislumbrar, pero le es difícil ver con claridad, y no consigue apreciar hasta donde le llevará ese camino.
Con las zapatillas bien atadas y una mochila a la espalda, la personita está decidida y se ve con fuerzas para empezar a andar por el largo sendero, sin saber qué le depara este ni que peligros puede encontrarse.
Poco a poco, nuestra personita va avanzando, a paso lento pero firme. No obstante, las dificultades le acechan y la mochila, que en un principio iba vacía, lentamente va llenándose de piedras. Una detrás de otra y con un golpe seco, las piedras van acumulándose en la mochila, que cada día le pesa más a nuestro pequeño personaje. Cansado y afligido, continua su viaje, pero además, el camino comienza a convertirse en una cuesta, cuya pendiente aumenta día tras día, complicándole mucho las cosas a la personita.
Hasta que llega el día. El peso de la mochila es excesivo, y nuestro querido personaje, que en ningún caso renuncia a desprenderse de todas las piedas, cae rodando camino abajo, sin nada a qué aferrarse para evitar el duro golpe.
El resultado: un cuerpo magullado, un camino deshecho, tiempo perdido, una mochila rota y unas piedras esparcidas por el suelo. ¿Qué hacer ahora? ¿Ir a por una mochila nueva? ¿Recoger las piedras? ¿Emprender el camino sin nada en la espalda?
Por muy buenas que fueran, las zapatillas bien atadas le han servido de poco a nuestra persona.
Sientes que esta vida
no te va a perdonar.
Sientes que es urgente
no dar un paso atrás.
Empiezas mil caminos,
no van a ningún lugar.
no te va a perdonar.
Sientes que es urgente
no dar un paso atrás.
Empiezas mil caminos,
no van a ningún lugar.
Pues amigo no hay camino,
se hace camino al andar.
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